[ Pobierz całość w formacie PDF ] .Luego, me apret los cordones de los zapatos.Entonces s empec a nadar.Primero desesperadamente.Luego con ms calma, sintiendoque a cada brazada se me agotaban las fuerzas, y ahora sin ver la tierra.No haba avanzado cinco metros cuando sent que se me reventó la cadena con la medallade la Virgen del Carmen.Me detuve.Alcanc a recogerla cuando empezaba a hundirme enel agua verde y revuelta.Como no tena tiempo de guardrmela en los bolsillos la apretcon fuerza entre los dientes y segu nadando.Ya me senta sin fuerzas y, sin embargo, an no vea la tierra.Entonces volvió a invadirmeel terror: acaso, ciertamente, la tierra haba sido otra alucinación.El agua fresca me habareconfortado y yo estaba otra vez en posesión de mis sentidos, nadando desesperadamentehacia la playa de una alucinación.Ya haba nadado mucho.Era imposible regresar en buscade la balsa.XIIUna resurrección en tierra extraaSólo despus de estar nadando desesperadamente durante quince minutos empec a ver latierra.Todava estaba a ms de un kilómetro.Pero no me caba entonces la menor duda deque era la realidad y no un espejismo.El sol doraba la copa de los cocoteros.No habaluces en la costa.No habla ningn pueblo, ninguna casa visible desde el mar.Pero era tierrafirme.Antes de veinte minutos estaba agotado, pero me senta seguro de llegar.Nadaba con fe,tratando de no permitir que la emoción me hiciera perder los controles.He estado mediavida en el agua, pero nunca como esa maana del nueve de marzo habla comprendido yapreciado la importancia de ser buen nadador.Sintindome cada vez con menos fuerza,segu nadando hacia la costa.A medida que avanzaba vela ms claramente el perfil de loscocoteros.El sol haba salido cuando cre que podra tocar fondo.Trat de hacerlo, pero an hablasuficiente profundidad.Evidentemente, no me encontraba frente a una playa.El agua erahonda hasta muy cerca de la orilla, de manera que tendra que seguir nadando.No sexactamente cunto tiempo nad.S que a medida que me acercaba a la costa el sol ibacalentando sobre mi cabeza, pero ahora no me torturaba la piel sino que me estimulaba losmsculos.En los primeros metros el agua helada me hizo pensar en los calambres.Pero elcuerpo entró en calor rpidamente.Luego, el agua fue menos fra y yo nadaba fatigado,como entre nubes, pero con un nimo y una fe que prevalecan sobre mi sed y mi hambre.Vea perfectamente la espesa vegetación a la luz del tibio sol matinal, cuando busqu fondopor segunda vez.All estaba la tierra bajo mis zapatos.Es una sensación extraa esa depisar la tierra despus de diez das a la deriva en el mar.Sin embargo, bien pronto me di cuenta de que an me faltaba lo peor.Estaba totalmenteagotado.No poda sostenerme en pie.La ola de resaca me empujaba con violencia hacia elinterior.Tena apretada entre los dientes la medalla de la Virgen del Carmen.La ropa, loszapatos de caucho, me pesaban terriblemente.Pero aun en esas tremendas circunstancias setiene pudor.Pensaba que dentro de breves momentos podra encontrarme con alguien.Asque segu luchando contra las olas de resaca, sin quitarme la ropa, que me impeda avanzar,a pesar de que senta que estaba desmayndome a causa del agotamiento.El agua me llegaba ms arriba de la cintura.Con un esfuerzo desesperado logr llegar hastacuando me llegaba a los muslos.Entonces decid arrastrarme.Clav en tierra los rodillas ylas palmas de las manos y me impuls hacia adelante.Pero fue intil.Las olas me hacanretroceder.La arena menuda y acerada me lastimó la herida de la rodilla.En ese momentoyo saba que estaba sangrando, pero no senta dolor.Las yemas de mis dedos estaban encarne viva.Aun sintiendo la dolorosa penetración de la arena entre las uas clav los dedosen la tierra y trat de arrastrarme.De pronto me asaltó otra vez el terror: la tierra, loscocoteros dorados bajo el sol, empezaron a moverse frente a mis ojos.Cre que estaba sobrearena movediza, que me estaba tragando la tierra.Sin embargo, aquella impresión debió de ser una ilusión ocasionada por mi agotamiento.Laidea de que estaba sobre arena movediza me infundió un nimo desmedido -el nimo delterror- y dolorosamente, sin piedad y por mis manos descarnadas, segu arrastrndomecontra las olas.Diez minutos despus todos los padecimientos, el hambre y la sed de diezdas, se haban encontrado atropelladamente en mi cuerpo.Me extend, moribundo, sobre latierra dura y tibia, y estuve all sin pensar en nada, sin dar gracias a nadie, sin alegrarmesiquiera de haber alcanzado a fuerza de voluntad, de esperanza y de implacable deseo devivir, un pedazo de playa silenciosa y desconocida.Las huellas del hombreEn tierra, la primera impresión que se experimenta es la del silencio.Antes de que uno sed cuenta de nada est sumergido en un gran silencio.Un momento despus, remoto ytriste, se percibe el golpe de las olas contra la costa.Y luego, el murmullo de la brisa entrelas palmas de los cocoteros infunde la -sensación de que se est en tierra firme.Y lasensación de que uno se ha salvado, aunque no sepa en qu lugar del mundo se encuentra.Otra vez en posesión de mis sentidos, acostado en la playa, me puse a examinar el paraje.Era una naturaleza brutal.Instintivamente busqu las huellas del hombre.Haba una cercade alambre de pas como a veinte metros del lugar en que me encontraba.Haba un caminoestrecho y torcido con huellas de animales.Y junto al camino haban cscaras de cocosdespedazados.El ms insignificante rastro de la presencia humana tuvo para m en aquelinstante el significado de una revelación, Desmedidamente alegre, apoy la mejilla contra laarena tibia y me puse a esperar
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